La piel es el órgano más extenso
del cuerpo humano y el más expuesto a recibir estímulos del exterior desde que
nacemos. Cuando damos un masaje a un
bebé le estamos ayudando a que comience
a reconocer los límites de su cuerpo y tome conciencia de dónde acaba él o ella
y donde empieza su mamá.
Una vez que comienzan a tener
movilidad, ellos/as mismos/as son los artífices de su propio desarrollo y dan
rienda suelta a esa curiosidad natural explorando a través de todos sus
sentidos.
Como educadoras una parte
importante de nuestro trabajo es idear actividades que resulten motivadoras y
preparar un ambiente llamativo y seguro para que esa curiosidad pueda
satisfacerse. Preparar un aula con las condiciones adecuadas de temperatura y
luz ayuda a que la concentración en la actividad y el disfrute se amplifiquen y
puedan dedicarse al 100% a descubrir, manipular y experimentar.
Un ejemplo claro de ésto es la
actividad que os vamos a mostrar a continuación, en el que a través de la
manipulación de papilla trabajamos el sentido del tacto (e indirectamente el
del gusto) pero no nos limitamos a sentir con las manos, sino que utilizamos
todo nuestro cuerpo, ofreciendo el material para que libremente lo toquen, lo
extiendan, se manchen, lo prueben, noten su temperatura o su textura.
Se trata de actividades muy
enriquecedoras que ayudan a los niños y niñas a descubrir su entorno más inmediato de una forma vivenciada
y activa.
Aunque es complicado plantear este
tipo de actividades en casa por lo que ensucian, no hay que renunciar a ofrecer
estímulos sensoriales a nuestros/as pequeños/as y se pueden buscar alternativas
factibles: masaje con las manos, pelotas de pinchos, rodillos..., manipular
distintas texturas como estropajos y terciopelo, botellas de agua fría y
caliente... Existe todo un mundo por explorar así que:
¡Ayudemos a
nuestros/as niños/as a que lo descubran!
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